En Museo de las Desilusiones el velo de Maya cae y Joe Crepúsculo nos desvela una colección de 12 canciones para bailar llorando y llorar bailando. Museo de las Desilusiones abre sus puertas a todos los públicos hoy 24 de enero. Ya disponible en todas las plataformas y en vinilo.
En palabras de Joe Crepúsculo, «las cosas malas se deberían bailar como también se puede danzar en los momentos perversos. Porque estar triste es compatible con salir y pasarlo bien. No se puede ocultar lo que se es porque todos llevamos algo enterrado y también puede hacerse una fiesta del desentierro de las emociones. Poner anclas lleva a las aguas estancadas, pero si se ponen que sean como las raíces de aire, que te enmarcan en un lugar inaudito pero mutable. Porque todo es contingente y tus mismos problemas dan igual a tus propios amigos. Eso no significa que no haya conexión emocional con los demás sino que simplemente es probable que vivamos en un constante Museo de las Desilusiones.»
Joe Crepúsculo sabe que el bombo y el latido son lo mismo. Rave de lejos y ecografía de cerca. Entre el primer bombo y el último, está el baile; entre el primer latido y el último, está la vida. Justo en medio brilla su último disco, el de la mitad de su biografía, el corazón de su mundo, en el centro de la pista, el más importante hasta hoy. Es el momento de mirar hacia atrás para entender lo que viene. Lo haré mientras escucho las nuevas canciones de Crepus, el mejor letrista bailable desde Carlos Berlanga, con el talento loco de Johan Cruyff y un esplendor dorado de Siglo de Oro. Un disco fresco y maduro, de temazos coreables (sofrito rico que bulle a ritmo de fuego alegre) y de otros íntimos (lluvia tímida al salir del karaoke para volver a casa). Ahí voy: Si Joel Iriarte no hubiera jugado con siete años a colar coches de juguete por la boca de las guitarras de su padre, no le habrían regalado un Casio Pt-1 para que dejara de hacerlo, así que no se habría convertido en este trovador tecno que nos regala su mejor disco. Si no hubiera peregrinado a las discotecas catalanas de mákina con 16, donde la gente bailaba con navajas mariposa en el cinto y sin pelo en la cabeza rapada, donde descubrió el miedo al tiempo que abrazaba la danza total, no le cantaría ahora a “bailar y llorar”. Si no hubiera estudiado filosofía, no citaría a Montaigne en sus letras, ni cantaría, por ejemplo: “La música es una estructura acariciable donde todos empezamos de cero”. Si no hubiera trabajado archivando documentos antiguos, ni se hubiera jugado ahorros propios y ajenos, el todo o nada por la música, no gritaría en esa misma canción: “hijoputa el que no baile”. |
Si no viniera de una familia trabajadoraque emigró de Badajoz, no sería ese artesano de las canciones, con un respeto pulcro y valiente por el oficio.
Si no hubiera sido acomodador en el circuito de Fórmula 1 en Montmeló, no existiría el subidón sideral y motorizado de la primera canción de este disco, donde canta: “No tengo miedo a ser yo”.
Si no hubiera sido empleado en una cadena de montaje de una fábrica de moldes, no habría inventado una fábrica de baile (ni cantaría aquí: “y después de este baile ya no hay más, estoy aquí contigo hasta el final”).
Si no hubiera currado de encuestador, quizá no nos conocería tanto a los humanos, y no sabría retratar así de precioso a su superheroína: trabajadora social de día, reina del karaoke de noche.
Si cierta noche en la Barcelona del Efecto 2.000 no hubiera mezclado a Miami Bass con una habanera en un bar rockabilly, si yo no hubiera salido y él no hubiera pinchado esa madrugada, si no nos hubiéramos conocido entonces, quizá ahora lo admiraría como lo que es, el mejor y más libre cantautor español en activo, pero no le querría como lo que somos: amigos y compañeros de armas.

Ahí, en el crepúsculo, ese espacio de claridad antes de que salga el sol y también de lucidez antes de que caiga la noche, trabaja y baila Crepus. Y si este disco es especialmente emocionante es porque Joe nos cuenta dónde está: “demasiado tarde para salir y muy temprano para dormir”.
Ahí sigue, disparando temazos y rayos. Y nos canta sobre lo que sentimos, sobre lo que siento, sobre que ya no importe nada lo que pasa, sobre pájaros de fuego que nos recuerdan que no estamos solos (y que nos invitan a guardar algo para después), sobre que todos brillamos más en la pista de baile y también sobre que todos brillamos más en la ausencia (cuando no estamos), sobre echarnos a perder y echarnos a la calle, sobre diabólicos niños peluqueros y dioses griegos carcajeantes, sobre infiernos de dulce y sobre salir o no salir, que no es lo mismo que no encontrar la salida.
Crepus es Crepus en el éxtasis de la pista y aún más en la charla de la barra. Sigue poniendo mi corazón como una estampida de potros con sus hitazos de baile, pero me emociona increíblemente con sus nuevos medios tiempos y baladas y valses. No escribe con pluma de ganso. Te habla de él, pero te habla a ti y solo a ti. En cada bombo hay un latido.

“No confío en ningún dios que no sepa bailar”, dijo Nietzsche. A ver, en serio, te puedes jugar el bigote. Confía en él: Crepus, con su pinta de duende trajeado con pelo de descarga eléctrica, es en realidad Bes, el dios egipcio del baile. Cuando los fenicios entraron en guerra por el control de Ibiza, se interpuso entre ellos y se puso a danzar hasta que todos depusieron las armas y se le unieron. Es, también, el dios Jano, el bifronte, que, como las mejores serpientes, tiene dos cabezas: adivina el futuro mientras mira al pasado. Mira a un lado y al otro, y a un lado y a otro (a ritmo), y por un momento mira a los dos: como cuando a Joe le disparan una fotografía con barrido de movimiento en el escenario. Tocando este disco, clásico y moderno, con ritmos de ayer, hoy y mañana. Con su universo de dragones, mazmorras y brindis nuevos en bares viejos. En este álbum, como en la caja de algunos juegos, debería poner que es apto para personas entre los cero y los 99 años.
El baile no es capitalizable: cuando bailamos no consumimos ni trabajamos ni facturamos ni nos fracturamos ni nos morimos (por dentro). Todas las razones por las que otros no quieren que bailemos son las razones por las que deberíamos bailar con Crepus, en el Museo de las desilusiones, el discarral radiante de su luminoso ecuador. Para imponernos a la marchitez de la idea, a la rutina pringosa del presente y al óxido de la vida. A las desilusiones perdidas. Ahí llega Crepus. Ya se acelera el bombo y se disparan los latidos:
Hijoputa el que no baile.
Miqui Otero, 16 de octubre, 2mil24.
Joe Crepúsculo – Museo de las Desilusiones (vinilo 12″ + inserto)
Joe Crepúsculo presenta su nuevo álbum: Museo de las Desilusiones. El velo de Maya cae y Crepus nos desvela una colección de 12 canciones para bailar llorando y llorar bailando. Ya disponible en digital y en físico. Escúchalo en todas las plataformas digitales: https:…
Producido por Aaron Rux y Joe Crepúsculo.
Todas las canciones compuestas por Joe Crepúsculo, excepto Kamikaze por Aaron Rux y Jessica por Joe Crepúsculo y Aaron Rux.
Mezclado y masterizado por Javier Custardoy Estudios La Banana, excepto Jessica masterizada por Alex Ferrer The Groove y Fiesta de disfraces masterizada por Yves Rousssel.
Guitarras y bajos: Aron Rux.
Teclados y sintes: Aaron Rux y Joe Crepúsculo. Violines en Enamorado de tu reverb, Kamikaze y Hey: Manu Clavijo.
Saxo en Infierno de dulce: David Carrasco.
Ilustración y diseño: Camila Viéitez.
Fotografía: Alexander Gross (@iamalexandergross)
Discográfica y management: El Volcán Música.